A unos cuantos pasos del Hospital Zonal de Añatuya, en una calle de barro -ni de tierra, ni de ripio, sino de barro- está la casa donde hasta hace tres años vivía Gladys Contreras, la médica tucumana que fue denunciada por un vecino de un barrio de Las Talitas de compartir selfies desde el quirófano de este centro asistencial con los pacientes desnudos de fondo.
Los vecinos de la avenida España al 800, en esa ciudad santiagueña, dicen que no la conocieron sino hasta la madrugada del 8 de febrero de 2016, cuando la quietud del pueblo se destruyó en mil pedazos por un crimen. Nada más que en un homidicio en una tierra donde normalmente nunca pasa nada.
Así lo recuerda Faustino Sequeira: “recién terminaba el bautismo de mi hijo y con los parientes que quedaban nos ponemos a jugar al truco. Eran como la 1.30 de la madrugada ya. En eso llegan un montón de policías, móviles, un revuelo grande, y salimos todos a ver qué pasaba”.
Sequeira se domicilia a dos casas de donde residía la anestesista con su esposo, también médico. Es un conjunto de cinco viviendas destinadas a los profesionales que vienen de otros lados y se instalan en Añatuya para prestar servicios en el hospital.
“Esa noche recién la conocí yo -continúa el vecino-. La mujer estaba muy alterada, iba y venía, a los gritos, entró y salió del baño de mi casa varias veces”.
Esa madrugada Contreras y su marido, Diego Heredia, terminaron detenidos porque habían matado a un ladrón que intentó robarles la casa. Aquella fue la funesta carta de presentación de la médica y el episodio que marcó la memoria de los vecinos del barrio. Luego de ese suceso, la anestesista dejó de vivir en Añatuya y sólo iba al hospital los lunes y martes para las cirugías programadas.
Tensión en el quirófano
Marianela Cisneros tenía programada una cirugía. Un lunes de hace más o menos un mes, le iban a practicar una cesárea para que naciera su hijo. Se la pasaron para el día siguiente, según lo que le comentaron por un problema con la anestesista.
“Ya estaba bastante nerviosa por la cirugía porque encima tengo problemas de presión, y peor me puse cuando postergaron la cesárea. Llegó el martes, ya estaba en el quirófano y entró la anestesista. Ella estaba muy nerviosa, decía toda clase palabrotas y se quejaba porque no podía ponerme el suero en un brazo y me lo tuvo que poner en el otro. ‘Así no se puede trabajar, con estas porongas que compran en este hospital para pagar dos pesos’, decía”, cuenta Marianela y revive ese momento de tensión en el quirófano.
“Lo hacía de muy mala gana y me puso más nerviosa a mí. Me decía que tenía que agradecer que me puedan atender. Costó mucho que me agarre la anestesia, porque me alteró con su manera de tratarme. Encima parece que se pasó de anestesia porque estuve mucho tiempo para recuperarme y me quedó dolorida la espalda mucho tiempo después de la operación, por la peridural”, recuerda la paciente en una entrevista con LA GACETA.
Marianela vive en diagonal a la casa donde vivió la anestesista, pero, como sus vecinos, no la conoció hasta que el ladrón perdió la vida por haber recibido un disparo mortal.
“Cuando salí de la cesárea, hablando con una médica amiga sobre lo que había vivido, me contó que la anestesista que me había atendido era la misma del problema con el ladrón acá en la casa... yo no estaba ni enterada”, concluyó la joven madre.